viernes, 20 de noviembre de 2015

Lázaro Cárdenas y la Educación




Lázaro Cárdenas 

Nació el 21 de mayo de 1895 en Jiquilpan de Juárez (Michoacán).

Hijo de Dámaso Cárdenas y de Felicitas del Río.

Acudió a la escuela hasta los 11 años. Con 16 trabajó de tipógrafo y más adelante en una oficina de Hacienda.

En el año 1914 se sumó a laRevolución Mexicana, alcanzando el grado de teniente coronel (1915). Tras la Convención de Aguascalientes, se convirtió alconstitucionalismo de Venustiano Carranza relacionándose con el grupo de Sonora encabezado porPlutarco Elías Calles.

Fue general de brigada del Ejército constitucionalista en 1925. Electogobernador de Michoacán desde 1928 hasta 1932. Elegido presidente del Partido Nacional Revolucionario (PNR) en 1930, secretario de Gobernación en 1931 y secretario de Guerra y Marina en 1933.

Presidente de México en 1934, puso en marcha un plan de reforma económica y social de seis años, el terreno de propiedad privada fue distribuido entre los campesinos y, con el apoyo de la Confederación de Trabajadores de México, muchas industrias se convirtieron en cooperativas. En abril de 1938 reorganizó el PNR dotándolo de cuatro secciones: obrera, campesina, popular y militar. Ese mismo año nacionalizó las propiedades de las compañías petroleras extranjeras.

Secularizó la enseñanza. Apoyó a la República española durante la Guerra Civil(1936-1939) y concedió asilo a numerosos refugiados españoles, a los que otorgó la nacionalidad mexicana y también a Trotsky, que escapaba del stalinismo en laURSS. En 1942, durante la II Guerra Mundial y bajo la presidencia de Manuel Ávila Camacho, fue comandante de todas las fuerzas mexicanas de la costa del Pacífico, y secretario de la Defensa Nacional desde 1942 hasta 1945.

Casado con Amalia Solórzano, fue padre de Alicia Cárdenas, Palmira Cárdenas Solórzano (1933-1933), y Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano (1934).

Lázaro Cárdenas falleció de cáncer en México, D. F. el 19 de octubre de 1970. 


Cargos

Presidente de México
1 de diciembre de 1934 – 30 de noviembre de 1940

Predecesor
Abelardo L. Rodríguez

Sucesor
Manuel Ávila Camacho 


Su pensamiento político político-social en diez puntos: 

I.- La miseria, la ignorancia, las enfermedades y los vicios esclavizan a los pueblos.

II.- A cada quien en relación a su trabajo; a todos según sus necesidades de pan, casa vestido, salud, cultura y dignidades.

III.- Obtener la máxima eficiencia, con el mínimo de esfuerzo y la más equitativa distribución de la riqueza.

IV.- Sin gran producción no hay amplio consumo, ni gran industria, ni economía poderosa, ni bienestar colectivo, ni nación soberana.

V.- Todo Estado moderno exige una técnica dirigida hacia la abundancia de bienes esenciales y de equipos eficientes de cultivo, de transformación, de comunicaciones, de cambio y de cultura.

VI.- Suprimir lo superfluo para que nadie carezca de lo necesario y se evite que los ricos se hagan más ricos y los pobres más pobres.

VII.- Contra la patria, nadie. Por la patria, todos.

VIII.- Todos somos servidores de las causas de la libertad, la democracia y el progreso.

IX.- Las reformas avanzadas son victorias de las fuerzas del bien sobre el mal en sus luchas por la redención de los oprimidos.

X.- Sólo la justicia social garantiza la paz y la felicidad humana.


Escuelas Normales Rurales en resistencia



Escuelas Normales Rurales en resistencia...


Por Roberto Arteaga y Francisco Muciño
“La mayor parte de nuestras comunidades rurales ofrece, entre numerosas carencias, la de una casi total desorganización, que las sitúa en el más amplio subdesarrollo. Sus niveles económico, social y cultural son apenas perceptibles. Muchas carecen de tierras de cultivo, otras de agua potable y comunicaciones en casi todas. Las causas están diseminadas”, dijo Raúl Isidro Burgos a sus alumnos de la generación 1964-1970 de la Normal de Maestros de Ayotzinapa una tarde de agosto de 1970.
La realidad que retrataba el académico, que da nombre a la Normal Rural de Guerrero, se parece mucho a las condiciones que siguen prevaleciendo en la mayor parte del país. Más de 46% de la población mexicana vive en la pobreza, mientras que 11% sobrevive en condiciones de pobreza extrema, de acuerdo con los últimos datos del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Las Escuelas Normales, en particular las Rurales, nacieron con la idea de dar la oportunidad a las comunidades más pobres de México de acceder a una educación que ayudara al mejoramiento de sus vidas. Pero el abandono de este modelo educativo hizo que muchas desaparecieran y que las restantes lucharan por sobrevivir.
“Creo que el plan del gobierno antes de Ayotzinapa era que las Escuelas Normales murieran de inanición, y eso es una verdadera vergüenza. En lugar de enfrentar el problema, lo que decidieron fue ahogarlas económicamente”, asegura Manuel Gil Antón, investigador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México (Colmex).
Para evitar morir de hambre, las escuelas normales rurales salen todos los años a exigir a los gobiernos estatales que, primero, abran la convocatoria de nuevo ingreso para seguir operando, y, después, más recursos para mantener y dar clases a sus alumnos.
El futuro de la educación básica en México parece encontrarse en un volado con una moneda de  dos caras: la exigencia de una mayor calidad de los educadores mexicanos para terminar con la desigualdad y el olvido de las Escuelas Normales de Maestros.

Por Norma Trujillo Báez
Las batallas que han librado las escuelas normales rurales en México no sólo son contra el analfabetismo y la pobreza de las comunidades campesinas, para las que fueron creadas después de la Revolución Mexicana, sino que el combate también es ideológico y hasta militar, como lo cuentan las historias de dos de los 17 planteles que sobreviven al embate de la “modernización educativa”, que nada tienen que ver con la delincuencia organizada ni con guerrillas y sí, en cambio, son asediadas por las policías, como son la de Ayotzinapa, Guerrero, “Raúl Isidro Burgos”; y la de Tiripetio, Michoacán, “Vasco de Quiroga”, según hacen el recuento los estudiantes de ellas: Luis Ángel y Guadalupe García.
A pesar del terrible crimen y omisión del gobierno federal y local por resolverlo, Luis Ángel se queja de que a los estudiantes de la escuela “Raúl Isidro Burgos” siguen siendo hostigados por la policía; el gobierno quiere que los normalistas de Ayotzinapa se queden callados, “que no digamos la verdad, quiere que callemos, y como no aceptamos sigue el acoso por parte de la policía; la policía nos sigue tomando fotos, incluso la policía que se encuentra en Guerrero sólo quiere intimidarnos, no está haciendo su trabajo; por el contrario, nos dice que nosotros somos los culpables, pero estamos siendo desalojados y golpeados por la policía”.
La historia no es nueva, agrega que lo que pasa es que “el gobierno ya no quiere pagar la educación pública, nosotros nos mantenemos, tenemos parcelas, allí sembramos y resistimos, para mantenernos; nos quieren cerrar la escuela, no es tanto el miedo que nos tengan sino que quieren que no pensemos, como futuros maestros no les gusta que analizamos la realidad, que revisamos las condiciones de nuestros pueblos, el futuro que nos espera y le preocupa que de allí han salido gente de lucha; de ahí, de Ayotzinapa, egresaron los maestros Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, y ya no quieren que surjan personas así, por eso nos dicen que representamos una gran fuga de dinero y por eso nos quieren cerrar”.
Conscientes de su papel en la historia de este país, Luis Ángel, compañero de los 43 desaparecidos, ataja la pregunta ¿Ustedes siguen las enseñanzas de esos profesores? No retomamos sus propuestas, sí los recordamos, porque no debemos olvidar nuestras raíces, porque además los libros de historia no hablan de ellos, nosotros conocemos su historia y que lucharon por una educación gratuita y por la persistencia de las escuelas normales rurales, como de alguna manera también lo hicieron Gabriel, Alexis, Fredy, Eugenio, Julio César, Daniel y los otros compañeros, que hicieron algo porque nuestra normal siga viva y después de ellos va a ver más personas que seguirán luchando porque sigan existiendo las normas rurales, por eso debemos recordar sus imágenes y les haremos un monumento”.



Origen de las Escuelas Normales Rurales





Origen de las Escuelas Normales Rurales 



Las normales rurales se originan con las escuelas normales regionales y las escuelas centrales agrícolas que se construyeron a principios de los años veinte. Las normales regionales debían formar maestros que en breve tiempo estuvieran capacitados para enseñar a leer y a escribir, e introducirían nuevas técnicas de agricultura. 

Las centrales agrícolas se formaron durante la administración de Plutarco Elías Calles como un proyecto que, con moderna maquinaria y una organización cooperativista, debía mejorar la producción del agro mexicano. 


A principios de los años treinta, las dos instituciones se fusionaron y recibieron el nombre de regionales campesinas. Las regionales tenían un plan de estudios de cuatro años y estaban destinadas a formar tanto a maestros rurales como a técnicos agrícolas. Los estudiantes serían de origen campesino y la estructura cooperativa haría posible una autosuficiencia que, se esperaba, complementaría las necesidades de las comunidades aladeñas11. En 1926, las regionales campesinas pasaron a ser normales rurales, y para 1931 ya existían 16. 

Tanto en su organización como en su pedagogía, las normales rurales reflejaban las ideas del nuevo orden revolucionario. El que algunas normales fueran establecidas en antiguas haciendas les otorgaba un aire de justicia poética. La imagen resulta sumamente significativa: las instituciones que durante el porfiriato acaparaban las tierras de los campesinos y explotaban su mano de obra, ahora serían el lugar donde se formaría una nueva generación de maestros, hijos de campesinos. Simbólicamente, se revertía el antiguo orden social y la educación rural se establecía como una prioridad para el nuevo gobierno. Diseñadas explícitamente para hijos de campesinos, las normales rurales prometían una oportunidad de escapar de la pobreza que caracterizaba a la población del campo, a la vez que contribuirían al desarrollo rural creando maestros adiestrados en las más modernas técnicas agrícolas. 



Las normales rurales serían una de las únicas vías por las cuales los campesinos podrían ascender socialmente. Para el gobierno, estas instituciones proveerían los misioneros encargados de inculcar las nuevas prácticas de corte cívico –honores a la bandera, reverencia a los héroes nacionales y festejos patrios–, así como enseñar hábitos de higiene e inculcar nuevos modelos de organización doméstica, a la vez que terminaban con la superstición y el alcoholismo. Serían los mismos campesinos, insistían los arquitectos del nuevo sistema educativo, los más comprometidos apóstoles. “No hay nadie que ame a la tierra con más pasión que el campesino”, declaraba Rafael Ramírez. 



La filosofía detrás de las normales rurales era emblemática del nuevo orden revolucionario: terminar con la rigidez de la estructura social porfirista e implementar los principios de justicia social delineados en la Constitución de 1917, mientras que se hacía del pueblo mexicano una sociedad moderna. Pero este esquema pronto dio lugar a varias contradicciones. Por un lado, la efervescencia del nuevo orden revolucionario creó un ambiente propicio para la experimentación con las más recientes teorías pedagógicas.

 La filosofía de John Dewey, por ejemplo, tuvo especial resonancia en México, donde Moisés Sáenz, que estudio con él en la Universidad de Columbia, se dedicó a propagar sus ideas. 


En 1923 la sep decretó que todas las escuelas debían ser “escuelas de acción” conforme a la filosofía expuesta por Dewey, en la que el niño aprende haciendo. En ningún lugar parecía encajar mejor esta teoría que en la escuela rural, donde el mismo campo abierto sería el salón ideal, y la naturaleza proveería la base para construir una nueva realidad. Dewey mismo, quien en 1926 impartió una serie de conferencias en México, resaltó las posibilidades que daba el momento en que se encontraba México. 

“Creo ocioso decir que ustedes, aquí en México –dijo en su primer seminario– están pasando por una época tan crítica, que si su sistema de escuela ha de estar en armonía con lo que exige la vida social, debe perseguir un ideal de creación y transformación social, más bien que la simple reproducción del pasado”. El énfasis que ponía Dewey en la necesidad de integrar a la escuelas con la comunidad, era otro elemento natural de las escuelas rurales cuyos maestros serían no sólo educadores, sino líderes sociales. “Ningún sistema educativo en el mundo –observaría Dewey–, demuestra mejor el espíritu de íntima unión entre actividades escolares y aquellos de la comunidad”. Sin embargo, siendo la educación el instrumento mediante el cual el nuevo Estado se pretendía legitimar, dominaría la lógica oficial y los intereses que allí se consolidaban. 



A pesar de la celebración de la cultura indígena, el sistema educativo tenía varios elementos positivistas. “Debes tener mucho cuidado, a fin de que tus niños no solamente aprendan el idioma castellano, sino que adquieran también nuestras costumbres y formas de vida, que indudablemente son superiores a las suyas. Es necesario que sepas que los indios nos llaman ‘gente de razón’ no sólo porque hablamos la lengua castellana, sino porque vestimos y comemos de otro modo y llevamos una vida diversa a la suya”15, declaraba Rafael Ramírez a los maestros rurales. No había duda, la misión educativa debía ser un proyecto civilizatorio. Como instituciones centrales a este proyecto, las normales rurales vacilaban entre la tradición y la innovación. Sus estudiantes eran inculcados con una tarea misionera y la aparentemente infinita posibilidad de contribuir al bien social. 














jueves, 19 de noviembre de 2015

Plutarco Elías Calles






Plutarco Elías Calles


 Calles, cuyo verdadero nombre era Plutarco Elías Campuzano, pertenece al grupo de revolucionarios sonorenses que llegaron al poder después del triunfo del Constitucionalismo. Sucedió en la presidencia a Álvaro Obregón y se le conoció, tras la muerte del caudillo, como el Jefe Máximo de la Revolución.

En plena etapa del caudillismo mexicano Obregón no resistió la tentación de asumir nuevamente la presidencia y se presentó como candidato para el periodo que iniciaba en 1928. Siendo presidente electo murió asesinado en un restaurante de la ciudad de México.

Los años del Maximato

En tal situación Calles no intentó prolongar su periodo presidencial, sino que promovió la designación de Emilio Portes Gil como presidente provisional hasta la elección de un nuevo gobernante. Es a partir de este momento en que -nos dice Álvaro Matute- "había más actividad política en el despacho del general Calles que en las oficinas presidenciales de Palacio Nacional.

En 1930 tomó posesión Pascual Ortiz Rubio, cuya debilidad contrastó con la personalidad del Jefe Máximo. Después de dos años Ortiz Rubio optó por renunciar, siendo sustituido por otro general sonorense, Abelardo L. Rodríguez, quien en 1934 concluyó el periodo presidencial.

Ninguno de los que ostentaron el cargo durante estos seis años tuvo una autoridad real y su influencia en el gabinete de gobierno o en el Congreso fue mínima. En algunas ocasiones de crisis el mismo Calles asumía algún cargo en la administración, resolvía los problemas y se retiraba.

El fin del poder de Calles

El nombramiento de Lázaro Cárdenas como candidato del PNR fue una decisión de Calles. Por su relación con el Jefe Máximo, y su carácter apacible, no se vislumbraba ningún cambio importante durante la gestión cardenista. De hecho, algunos cuestionaban la capacidad intelectual del nuevo presidente y se le auguraba un destino similar al de Ortiz Rubio.

Después de un inicio de gobierno titubeante y con el gabinete en contra, Cárdenas fue preparando el terreno para deshacerse de Calles. Encontró apoyo en algunos miembros de la élite gobernante y en los grupos de trabajadores que rechazaban la política laboral del Jefe Máximo.

Hacia 1935 la situación se había revertido a favor de Cárdenas, Calles prefirió salir del país. Regresó unos meses después pero tuvo que comparecer ante las autoridades acusado de acopio de armas. Entonces se le impuso un exilio que habría de durar unos diez años.